35. Sobre el amor mutuo (entre otras cosas)



He recorrido un largo camino, 
el frío penetra mi ropa gastada. 

Esta tarde el cielo está despejado, 

¡Cómo duele el corazón! 

Seihaku Irako

La literatura japonesa no me agrada especialmente. Tal vez sea el ritmo, tal vez sea la sensación de que me estoy perdiendo un significado último por la multitud de símbolos culturales que utilizan. A pesar de ello, siempre le doy una oportunidad. "El cielo es azul, la tierra es blanca" fue la lectura de enero para el club de lectura en el que participo. Me costó entrar mucho en la historia. Me sentí desconectada, como un espectador lejano que veía las sombras de la película en la pared. Me sentía un poco como la protagonista con su familia: 
"Mi madre, mi hermano y la familia de éste vivían en el barrio pero apenas nos visitábamos. No me sentía a gusto en aquella casa llena de ajetreo. Mi familia ya no me presionaba como antes para que me casara y dejara de trabajar, hacía mucho tiempo que había dejado de atormentarme con esa letanía. Pero había algo en aquella casa que me provocaba incomodidad. Era como si encargara varias piezas de ropa hechas a medida y al probármelas descubriera que unas eran demasiado cortas y otras eran tan largas que las arrastraba por el suelo al caminar. Entonces me quitaba la ropa, estupefacta, comprobaba de nuevo las medidas y me daba cuenta de que eran exactas. Así me sentía con mi familia."
Tsukiko es la protagonista y narradora de la historia. Es un personaje peculiar: una treintañera solitaria que disfruta comiendo y bebiendo en la taberna. Parece como si su vida se hubiera detenido pero este hecho no la perturba lo más mínimo. Es como si no sintiera ningún tipo de emoción. Y esto es lo que me echa para atrás de la literatura japonesa que ha caído en mis manos: que los personajes parecen muertos vivientes que se han tomado una sobredosis de tranquimazín. 
"¿Cuántos años llevaba viviendo en aquella ciudad? Cuando me emancipé viví en otra ciudad, pero del mismo modo que los salmones siempre acababan remontando el río donde nacieron, yo también acabé regresando al lugar donde había nacido y crecido." 
Y esta anodina vida a cámara lenta donde se extiende el tiempo elásticamente es la vida
de Tsukiko hasta que se reencuentra con un viejo maestro de escuela. Su vida cambia (pero a la japonesa, que nadie se espere una historia de amor pasional y tórrida). El maestro, un señor mayor, comparte sus mismas aficiones (comer y beber en la taberna), la instruye, parecen incluso moverse a un mismo ritmo. Sus encuentros por intervención del destino o el azar marca una conexión sutil en ambos. Como si no necesitaran quedar para verse, el universo se encarga de reencontrarlos una y otra vez. Y ahí es cuando la historia empezó a engancharme. Se mueve al mismo ritmo que los personajes. Los respeta y eso confiere una atmósfera mágica. 
Tsukiko también cambia la vida del maestro. Le devuelve una juventud que olvidó, otro tipo de mujer diferente a su estrambótica ex-esposa, mejora la relación con su hijo. 

Poco a poco, lentamente, a fuego lento la historia de amor se va gestando. Sin importar que él sea un octogenario y ella una exalumna aniñada de treintaymuchos. Dudas, caminos separados, rituales de cambio y ambos acaban estando preparados para una relación donde su mayor aliciente es el amor mutuo. Nada más. Ni sexo, dependencia, expectativas, deseos. Sólo amor mutuo compartiendo el tiempo que les quede juntos. Y ahí, en esa escena, la piel se me erizó. A pesar de que los dos fueran discapacitados emocionales para la sociedad, comparten un profundo respeto por el amor mutuo. Y me conmovió porque hoy en día parece que es lo menos importante: Amarse mutuamente. 
Y al final me enamoré de la historia de estos amantes tan peculiares. Destila amor y emoción por los cuatro costados. Es algo muy sutil. De la aparente no emoción me encuentré llorando y moqueando en las últimas líneas del libro.
"En noches como ésta, abro el maletín del maestro. En su interior no hay nada, sólo un vacío que se extiende. Un enorme vacío que crece sin parar."

Y me pregunté... ¿en qué momento me embargaron las emociones? ¿cómo me tocó el corazoncito de semejante manera? No me di cuenta pero me vi abrazando a Tsukiko y consolándola en aquellos duros momentos de despedida y pérdida.  

PS: Y para aquellos que tras leer el libro no puedan descubrir la magia tras la historia, les dejo un documental para que se hagan una idea de los problemas de los japoneses en las relaciones personales: 





Comentarios

Scrow ha dicho que…
Curiosa historia. Si que es cierto que con algunas personas el único hecho de pasar el tiempo con ellas es lo que te llena, no hace falta nada más.

Pese a parecer triste y frío yo lo encuentro bastante entrañable y agradable, conectar con alguien de esa manera es algo único.

¡Un abrazo :)!
Montse Espinosa ha dicho que…
Lo leí hace tiempo y costó que la historia me enganchase, salvó quizás hacia el final de la historia, por eso no he vuelto a leer literatura japonesa. Llegué a reflexionar mucho sobre la soledad, claro que tal vez con mi visión más occidental me haya perdido algo...
Érie Bernal ha dicho que…
No pareces nada triste y frío. a veces nos perdemos en el hacer algo con alguien y no apreciamos la belleza de estar.

Y, Montse, a mí me ha costado mucho entrar en la literatura japonesa. Soy consciente de que me pierdo muchos símbolos y eso no me gusta nada. Orgullo lector puede llamarse. Me siguen llegando esas historias extrañas pero llenas de profundidad. No pierdo la esperanza de aprehender los símbolos algún día de estos!!

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