EL ROMPECABEZAS





Gloria observaba atentamente la fila de cajas ante ella. ¿Cómo escoger? ¡Había tantos! Cerró los ojos por unos segundos pensando que el azar le mostraría la mejor opción. Al abrir los párpados tenía en las manos un rompecabezas de gatitos que jugaban con una bola de lana rosa. Lo dejó en la repisa otra vez. Sólo de pensar las horas que pasaría encajando las piezas de aquel rompecabezas le venía un escalofrío… Para Gloria los rompecabezas eran algo más que un simple pasatiempo, eran una manera de encontrar una calma mental que no podía encontrar de ninguna otra manera. Abrir una caja llena de piezas que esperan a alguien que las encadenara era un momento de felicidad suprema para Gloria y hoy necesitaba uno de esos momentos. Resopló porque no le gustaba ninguno de los que había en el aparador pero cuando ya había decido marchar, los ojos se pararon en una caja medio escondida al final de la repisa. Parecía que hacía tiempo que la esperaba. La cogió y sonrió satisfecha. Era un mapamundi antiguo de 3000 piezas. Había visto muchos parecidos. Sin embargo, aquel era diferente y no sabía decir el porqué. Pagó y se dirigió a su casa impaciente por comenzar la nueva adquisición. El sol parecía acompañarla en su nueva alegría y los rayos la sonreían a través de las nubes blancas.
Al llegar, abrió la caja con prisas como si en aquello le fuera la vida. Gloria respiró profundamente y  se concentró en encontrar las piezas de los bordes. Encuadrar el rompecabezas era esencial para continuar. La tarea se complicó más de lo que pensaba y es que todas eran de un color sepia cansado. Le recordó a su vida que también era de color sepia cansado y en la necesidad que sentía de  delimitar su vida antes de vivirla por miedo a lo que viniera. Poco a poco las piezas encajaban y pronto tenía el cuadro que enmarcaría aquel mapamundi misterioso y silencioso. Seguidamente, buscó los continentes. Trozos de diferentes tonalidades de marrón que simbolizaban la tierra que habitaba. Gloria viajaba mucho y recordó todas sus aventuras por tierra, mar y aire. ¿Cuál sería el próximo destino? Dejó de recordar. Los recuerdos no son más que presentes pasados que la perturbaban: aparecen sin avisar, pinchan tu corazón y marchan cuando les viene en gana. Son como mariposas en primavera que vuelan y no se dejan atrapar nunca.
Pieza a pieza el rompecabezas tomaba forma. Ahora le quedaba el agua. Lo más difícil porque ya no había patrones a seguir o colores a distinguir. Era monótona e idéntica. El océano más profundo y el lago más pequeño tenían el mismo color, la misma forma. Su monotonía era como el agua en un rompecabezas tan difícil de encajar. Entonces miraba la forma de las piezas. Se las quedaba mirando abstraída con la mente atenta por si encontraba una posible pareja y, poco a poco, de pareja en pareja, iba formando tríos y cuartetos. Era como ir creando familias de piezas que iban creciendo exponencialmente. Sin duda los humanos nos habíamos expandido por el mapamundi y conquistado el mundo como aquellas piezas sin control ni medida.
El rompecabezas se conformaba lentamente encima de la mesa del comedor. Gloria estaba absorta en su construcción como la hormiga más azarosa del universo. Las piezas encajaban elegantemente con suavidad y sin presión. Gloria se paró en la última pieza y un único pensamiento ocupó toda su cabeza. La vida era como aquel rompecabezas. Todo pasa porque tiene que pasar, porque encaja con las piezas que forman tu existencia. A simple vista parece que nada tenga razón de ser, que las decisiones que tomas, las personas que te acompañan en un tramo del camino, las situaciones que vives… parece que todo sea arbitrario. Colocó la última pieza y acarició la superficie suave del rompecabezas. Ahora todo tenía sentido, las piezas de su vida acababan de encajar en un perfecto mapamundi que le indicaba su lugar en el mundo. 

Publicación de origen:
Valors nº 92: L'Esperança (català)


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