INVISIBLE




 Ilustrador: Javier Garcia (http://javigaar.blogspot.com)

El desayuno esperaba en la mesa. Rápidamente aparecieron dos niños y un marido preparados para comenzar el día. Nadie hablaba porque tenían cosas más importantes que hacer, como jugar a la consola, mirar hipnotizados los dibujos o leer los titulares del día en el móvil mientras engullían los alimentos mecánicamente. Los tres acabaron a la vez, acompasados, como si lo hubieran ensayado con anterioridad, como si un reloj interno les marcara el mismo ritmo. Un beso, otro y un tercero seguidos de un “¡a las 6, fútbol!, “¡a las 7, inglés!”, y “no me esperes para cenar”.

Tara se quedaba acompañada de silencio. Acabó el desayuno a cámara lenta saboreando la tostada y el café y, ya cansada de buena mañana, comenzó su rutina. Nadie lo sabía pero Tara tenía poderes supernaturales como aquellos superhéroes de los cómics que, de vez en cuando, leían sus hijos. Desgraciadamente no eran supervelocidad o telequinesia. No, su don era el don de la invisibilidad. Se puso el delantal verde y pasó de una habitación a otra ordenando, como cada día, los destrozos de la última tormenta. Tras poner todo otra vez en su lugar, Tara se sentía triunfadora; la ganadora de una guerra en la que sólo luchaba ella.

En el mercado, su invisibilidad tampoco la ayudaba mucho. Decenas de mujeres se le colaban siempre en la carnicería. “Ay, mis piernas”, “Niña, la edad… No llegues nunca a mi edad”. Una a una se le iban colando inevitablemente incluso cuando Tara ya estaba haciendo el pedido. La vendedora la dejaba con la palabra en la boca y despachaba a las abuelas primero como si Tara fuera un espíritu que sólo se hacía presente a la hora de poner el dinero en el mostrador. Estaba tan cansada de la situación pero, ¿qué podía hacer? Ya había gritado, llorado, protestado, dado golpes… Nada parecía funcionar. Tardaba muy poco en volver a hacerse invisible de nuevo.

Un hombre furioso chocó con ella al salir de la frutería. La bolsa se rompió y todas las manzanas se esparcieron por el suelo. Tara se agachó y, resignada, se puso a recoger la fruta. Resopló para evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos. De repente, unos grandes ojos verdes aparecieron frente a ella acompañados de una amplia sonrisa serena. Unas manos con las últimas manzanas en ser rescatadas se acercaron a Tara. “Gracias”, consiguió susurrar entre los labios. La chica le devolvió la sonrisa, se levantó y desapareció entre la multitud. Tara no se lo acababa de creer y estalló a carcajadas. Todo el mundo paró de hacer lo que estaba haciendo y giraron sus miradas acusadoras hacia aquella mujer que no podía parar de reír con una bolsa de manzanas rota en su falda. Tara, sin quererlo, había dejado de ser invisible.

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